miércoles, 17 de septiembre de 2014

La quiebra final de una fría máquina de matar, el Ché...

En la mañana del 9 de octubre de 1967 el Gobierno de Bolivia, encabezado por el Presidente Barrientos, comunicó a mundo la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el “Che”, que curiosamente era de profesión médico y dedicó su vida a matar para instaurar regímenes  marxistas.



La quiebra final de una fría máquina de matar, el Ché,

por Alberto Méndez Castelló.


“El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”, en estos términos se expresó el Che Guevara en un mensaje enviado a comunistas de África, Asia y América, dígame… ¿Qué vio en los ojos del Che Guevara antes de morir?


“Amargura. Derrota. Era un hombre que se sentía amargado y obviamente traicionado”.


A mi lado tengo a Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, el agente de la CIA que condujo la captura del Che Guevara, el último cubano que lo vio vivo. 


Félix me cuenta que ahora comparte una efusiva amistad con Dariel Alarcón Ramírez, Benigno en la guerrilla del Che en Bolivia, uno de los tres cubanos sobrevivientes de aquella aventura, de quienes al recibirlos en Cuba, el mismo Fidel Castro dijo: “están vivos porque fueron valientes y agresivos”, según narra el libro Pombo, un hombre de la guerrilla del Che.


Al decir de Fidel Castro y por analogía comparada, si Benigno (Dariel Alarcón), Pombo (Harry Villegas) y Urbano (Leonardo Tamayo), los únicos cubanos sobrevivientes de la guerrilla boliviana del Che Guevara están vivos, es, por valientes y agresivos, luego, quiere esto decir por efecto contrario que quienes no sobrevivieron murieron por cobardes y pasivos… o, es que acaso alguna circunstancia especial condujo a los guerrilleros cubanos a inmolarse…


Actualmente exiliado en París, el gran interés de Benigno desde su primer encuentro con el ex agente de la CIA Félix, fue conocer como habían hecho prisionero al Che, “porque la indicación que nos había dado era que la última bala era para nosotros, porque no podíamos caer prisioneros”.


Igual curiosidad a la de Benigno me hizo llegar a la casa de Félix mediada la tarde del pasado 8 de julio, a donde, extraviados en Miami, el Luife y yo llegamos guiados por un cartero.


“No disparen. Soy el Che Guevara. Yo valgo más vivo que muerto”, dijo el comandante guerrillero al ser capturado, según narró a Félix el soldadito boliviano que lo hizo prisionero.


Félix reseña aquel minuto de la Historia con un argumento humano: “Imagínate, fue un momento muy duro para él”.


Pero la rendición del Che Guevara, simple mortal de carne y hueso, es incongruente con el concepto del ser ciclópeo que en Cuba nos martillan a cada minuto: “solamente pudieron capturarlo cuando el fusil fue inutilizado por un disparo y su pistola quedó sin magazine”, haciendo que cada día, los niños griten en las escuelas cubanas: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”.   


Alberto Méndez Castelló: Luego, esa historia de que al Che Guevara lo capturan vivo debido a que su fusil fue inutilizado y la pistola se encontraba sin magazine…


Félix Ismael Rodríguez Mendigutía: La pistola la tenía llena de balas. Era una Browning que no le faltaba un tiro. El fusil sí tenía un balazo y estaba inoperable. El Che les decía a sus hombres que no podían dejarse capturar vivos, que la última bala era para ellos. Y mira que cosa, ningún cubano cayó preso, los mataron, solamente tres escaparon; el único que se rindió fue el Che, que era quien les decía a ellos que no podían cogerlos  vivos. 


AMC: A las doce del día del 9 de octubre de 1967, hora de Bolivia, y puesto que la CIA lo quería vivo, pero sus gestiones fueron infructuosas, usted va donde el Che y le dice: “Comandante, lo siento, yo he tratado, pero son órdenes superiores”. Dígame, el Che Guevara, tan acostumbrado a la muerte ajena, ¿cómo reaccionó ante la noticia de su propia muerte?


FIRM: Se puso blanco. Blanco, blanco como un papel. Yo nunca he visto a una persona perder la expresión de la cara como la perdió él. Entonces se compuso y me dijo: “Es mejor así. Yo nunca debí ser capturado vivo”.      


Al preguntar a Félix, ¿usted cree que el Che Guevara se sintió traicionado por Fidel Castro?, respondió: “Oh, sí. Y Benigno también lo cree, obviamente a mí no me lo iba a reconocer porque yo era su enemigo”.


El ex agente de la CIA define el estado de incomunicación y la falta de apoyo externo que sufrieron los guerrilleros de forma lapidaria: “Cuando ellos vienen a Bolivia el gobierno cubano los estaba enviando a la muerte. Al Che Guevara lo dejaron en Bolivia a la buena de Dios”.  


Converso con Félix en una habitación donde pueden verse armas de fuego de diferentes modelos y épocas, cuchillos, espadas, emblemas, un casco de vuelo, fotografías, documentos, tallas indígenas, libros y toda suerte de objetos que, indudablemente, cuentan la historia de quien atesora esos recuerdos.


Al llegar, el Luife y yo tratamos de justificarnos achacando el extravío en Miami a nuestro origen: “somos guajiros, él de San Germán y yo de Puerto Padre”, digo, y nos contesta Félix, “yo también soy guajiro, de Sancti Spiritus”.


Poco después, esa convergencia de  nuestros ancestros, llevada por el estado de necesidad de los cubanos, ese de conocer qué se esconde tras la máscara del mito, de los mitos, diría yo, de esos que se valieron y se valen para hacer de Cuba y de los cubanos, salvo honrosas excepciones, mero hato ovejuno, me hizo preguntar: Félix, usted fue el último cubano que lo vio vivo… ¿Qué semblante tenía el Che Guevara al final de su camino?


“Mira, antes de llegar ahí yo tenía otras ideas. Yo estaba consciente de los asesinatos del Che Guevara en La Cabaña, había momentos en que él me estaba hablando y yo no lo estaba atendiendo, lo miraba y la imagen era la de aquel hombre arrogante, con aquellos abrigos en Moscú, con Breznev, Kruchev o Mao; y al ver al hombre aquel, que parecía un pordiosero, sucio, no tenía ni siquiera botas, unos pedazos de cuero era lo que tenía amarrados a los pies, un desastre, y realmente como ser humano sentí pena por él”, diría Félix de aquel día en La Higuera.


En honor a la verdad, sentí pena por la muerte del Che cuando siendo un niño de diez años, en Cuba conocimos de ella y alguien comentó a mi lado: “antes debían de haberlo matado”; en ese momento no comprendí por qué ese rencor acumulado. Hoy lo comprendo, y si bien no guardo resentimientos, tampoco siento pena por el destino del Che Guevara.


El Dr. Guevara de la Serna eligió ese camino; en lugar de salvar vidas, se dedicó a producir la muerte; y, como si no fuera suficiente con la muerte de sus enemigos, convocó a los suyos a morir antes de caer prisioneros, pero cuando fue su vida la que estuvo en manos del soldado a quien emboscado combatió, el que en ese momento final tuvo frente a frente, entonces dijo: “No dispare”, invocando su nombre cual cheque al portador.


Pena siento por las familias de los muertos que el Che Guevara provocó desde su llegada a la Sierra Maestra en Cuba, hasta su minuto final en Bolivia; entre las que se encuentra su propia familia.


Pero sobre todo, siento pena por el destino de los miles de niños a quienes en Cuba, todos los días, para transformarlos en autómatas, hacen repetir, “pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Ellos representan el futuro de Cuba, y en ellos debemos pensar y por ellos debemos actuar. Ellos merecen más atención que la muerte de un individuo que, haciendo apología del odio, pretendió transformar seres humanos en máquinas de matar.    


 


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